La Pintura Virreinal en la 
Bolivia Andina
  Estilos de la pintura   
colonial en Bolivia
  La influencia flamenca  
en el arte andino
  Técnicas de la pintura colonial
   
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 LA PINTURA VIRREINAL EN LA BOLIVIA ANDINA
Siglos XVI - XVIII  
olivia ha tenido un largo pasado que se inicia con la presencia de los primeros cazadores andinos hacia los años 12.000 A.C. Estas culturas ocuparán una parte importante en el altiplano (4.000 metros sobre el nivel del Mar). Otras migraciones posteriores, ocuparán la zona llena con selvas tropicales, regadas por ríos caudalosos como el Mamoré, Beni, etc. Las culturas más avanzadas ocupan la zona altiplánica. Hacía los años 2.000-1.500 A.C., al sur de La Paz y en el Departamento de Oruro; los “Wankaranis” construyeron casas circulares de tepes y adobes con cubiertas de paja; domesticaron los camélidos americanos: llama, alpaca y vicuña. En la altiplanicie próxima del lago Titicaca se desarrolla la cultura Tihuanacu, la más importante de la región altiplánica. Los Tihuanacotas ( 1800 A.C. - 900 D.C.) construyeron un gran centro ceremonial con importantes monumentos de piedras labradas y dejaron exquisitas esculturas finamente labradas en piedra; más adelante hacia 900 D.C., Tihuanacu extiende su imperio hacia el norte de Bolivia en el actual Perú. Esa cultura hoy se conoce con el nombre de Huari-Tihuanacu.

Posteriormente surgió en el Cuzco (Perú) 1400 D.C., la cultura Inca que ocupó el territorio de Bolivia. ( 1480 D.C.). Los conquistadores Españoles ingresaron al país en 1534 estableciendo el dominio del Imperio Español, hasta 1825 en que Bolivia después de una lucha de 16 años, se hizo independiente. Desde entonces, Bolivia es un país independiente cuyas riquezas principales han sido Los minerales especialmente el estaño, plata oro y el petróleo. El arte en Bolivia tuvo gran desarrollo, durante la época virreinal ( 1533-1809). El producto de las artes pictóricas durante ese periodo y sus diversas épocas, origina esta exposición.

Como en los otros países andinos, las primeras obras de arte fueron traídas por los conquistadores y provenían de Flandes fundamentalmente; eran tablas de la escuela de Amberes que sirvieron pora la devoción cristiana de los pobladores de La Paz, Chuquisaca, Potosí y otros centros. Actualmente Bolivia es el mayor repositorio de tablas y cuadros flamencos en Sud América con obras de Peter Aersten, Martín de Vos, Willen Key y maestros de la escuela de Rubens. A este grupo, pertenece un cobre del ambéres William Forchaud <Prendimiento de Cristo> (c. 1620), expuesta en la muestra.

Factor importante como elemento formativo de la pintura, es la presencia de los maestros italianos Bernardo Bitti, Angelino Medoro y Mateo Pérez de Alesio; el primero de los nombrados ha dejado extensa obra en las ciudades de La Paz, Potosí y Chuquisaca. Discípulo y compañero de él, fue Pedro de Vargas, jesuita como Bitti. De él se presenta en la exposición, un hermoso tríptico sobre cobre, que resume su arte preciosista  imbuido del manierismo italiano con modelo flamenco. La inspiración de la temática en toda la pintura virreinal sudamericana, sale del grabado flamenco. Grandes cantidades de estampas provenientes de Amberes llegaron a América y fueron propuestas por los frailes y religiosos a los pintores, como modelos de los cuadros; tal es el caso de “La Parábola del Pobre Lázaro y del rico Epulón”, esta obra importante y curiosa del pintor de La Paz, Leonardo Flores, tomó de modelo un grabado de Crispianus van de Passe. Basta ver el grabado y el cuadro, para darse cuenta de la originalidad del pintor, que si bien copia el modelo en sus rasgos generales, pone mucho de personal en su ejecución. También dentro de la órbita de Flores se halla una hermosa imagen de Santa Margarita. Este lienzo es muestra de la doble influencia que a partir de 1640 en adelante, tiene la pintura en Charcas: por un lado, recibe el influjo de la escuela española, especialmente de la obra de Zurbarán, quien por entonces brillaba en la escuela sevillana, como uno de los principales maestros y por otra, la de los grabadores flamencos.

Elemento aparte lo constituyen las series de ángeles que tienen especial atención entre los estudiosos y el público a partir de 1980. Por una serie de razones, tanto los investigadores como el público empezaron a poner atención en la iconografía de los ángeles, que si bien había sido considerada dentro de los estudios del Arte Virreinal Andino, no había enfocado el problema desde el punto de vista de lo estético; tampoco llamó la atención la curiosa iconografía de estos seres celestiales. Una serie de estudios en torno al tema, coincidió con el hallazgo y develación de varias series hasta ese momento desconocidas de “ángeles”, “arcángeles” y “arcabuceros”. en estas dos décadas aparecieron varias series y muchos ejemplos específicos, tanto en iglesias del altiplano como en colecciones privadas. Los ensayos y estudios del tema, han aclarado una serie de nuevos conceptos e intencionalidad en los “ángeles”, como grupo y como diversas individualidades. Varios libros, algunas exposiciones nacionales y otras internacionales, han hecho populares a estos seres que hasta entonces no habían llamado la atención y que hoy se han puesto a la cabeza de la misma por ser dilectos de museos, colecciones, libros, etc. Recientes estudios sobre la interrelación de las series angélicas y de determinados ángeles como protectores y propulsores espirituales del Imperio Español de los siglos XVI y XVII, explican de alguna manera la abundancia de éstos ejemplos angélicos; más curiosa aún es la presencia de las compañías de ángeles militares o “arcabuceros”, no conocidas en la iconografía europea y que aparecen en el siglo XVIII en la región andina. La compañía de “Arcabuceros de Calamarca” pueblo situado a 60 km. de La Paz en Bolivia, formada por 10 ángeles con nombres curiosos como “Osiel Dei” y “Laciel Dei” constituyeron la primera serie conocida y hasta hay son el prototipo del género “Angeles Arcabuceros”; varios de ellos constituyen parte destacada de las piezas que hoy se exhiben en esta exposición. En el transcurso del tiempo han aparecido muchos ángeles más, tanto del género “jerarquías celestes” o sea los nueve coros angélicos de la tradición serafines, querubines, poderes, virtudes, tronos, dominaciones, principados, arcángeles y ángeles. Junto a la calidad como Jerarquías, cada ángel ostenta además su nombre individual, como Jahiel, Teadquiel, Rasíel, Miguel, Uriel, etc. Tanto lo extraño de los atuendos como sus atributos: espada de fuego, rosas, espigas, azucenas, peseado, etc., se han constituido en las obras más atractivas de la pintura virreinal en Bolivia.

Paralelamente al desarrollo de las series angélicas se produce en la ciudad minera de Potosí la  aparición de una escuela pictórica del Barroco, capitaneada por el maestro Melchor Pérez Holguín  (1660?-1732?) que empieza su tarea artística hacia 1680, creando un estilo muy personal, basado  en la temática de los “Santos Ascetas” como San Pedro de Alcántara, San Francisco de Paula,  San Juan de Dios y otros, cuyo dibujo de gran precisión hace resaltar los macilentos rostros que  transparentan la red sanguínea y en las manos los tendones, recreándose en lo enjuto de los  rasgos físicos Holguín ganó pronto nutrida clientela e impuso su estilo que discípulos y seguidores  usarán durante los próximos 30 años inundando el mercado Potosíno de copias e imitaciones.

Holguín sigue su carrera triunfal durante la primera década del siglo XVIII dedicándose a grandes  composiciones entre las que destacan la “Barca de la Iglesia” y “El Juicio Final”. El tercer  periodo ( 1710 - 1724), llena su paleta policroma de luz y calidad que se plasman en las cinco  series de los “Evangelistas”, algunas de ellas de cuerpo completo y otras de figuras de busto. Su  carrera llega a la plenitud, en la década de los veinte con cuadros de gran virtuosismo y  extraordinario color. En Las décadas 1730-1780 aparecieron los discípulos y seguidores de  Holguín; así tenemos a Gaspar Miguel de Berrío (1706?-1761?), discípulo de Holguín, quien es el  iniciador de la pintura mestiza Potosína, junta a una estilización de lo Holguineseo.

Berrío completa su obra con el “Brocateado” que consiste en resaltar con pintura de oro las  vestimentas de los personajes religiosos o santos que pinto. Asimismo crea la jerarquía en los  seres celestiales mediante el tamaño de los mismos, acorde con el lugar que ocupan en el  Emireo. La pintura de Berrío alcanza gran popularidad y se puede advertir en los templos donde  trabajó como Puna y Belén, en los alrededores de la ciudad del Cerro Rico. Joaquín Caravallo y  Francisco de Córdoba figuran también entre los seguidores de Holguín en la segunda mitad del  siglo XVIII. Lugar preponderante y único en la iconografía boliviana ocupa el cuadro “La Virgen del  Cerro”. Producida en la segunda mitad del siglo XVIII, encarna uno de los mitos más curiosos  de la iconografía pictórica boliviana. Se trata de la encarnación de la Virgen, Madre de Dios, en el  Cerro de Potosí. El siglo XVI había vista la escisión de esta famosa montaña descubierta por el  indio Huallpa, que a través de los tres siglos de dominio español produjo la más grande cantidad  de plata que se haya conseguido en el mundo. Inagotable productor del rico metal, dio a España y  al mundo fantásticas riquezas. En el cuadro que analizamos se produce la unión del concepto  indígena “Coya” princesa o “plata fina” con atributo “Inmaculada o Pura”, atribuido a la Virgen  María, produciendo como resultado una simbiosis rara y solo pintada dos veces en Potosí, la que  se presenta en esta exposición corresponde a la época del Rey español Carlos III  (1750-1788).

Iconográficamente merece la pena citar el cuadro “San Martín de Tours, comparte su capa con un  pobre”. Perteneciente al final del siglo XVII, nos muestra la presencia de este santo francés, quien  hizo mucha devoción en la Audiencia de Charcas, ya que son varios los cuadros de diversas  iglesias de Chuquisaca y  Potosí que muestran el acto caritativo del Santo de Tours. Complemento indispensable de la exposición es la serie de la vida de la Virgen María, de escuela mestiza del siglo XVIII, que constituye una de las muestras mejor realizadas de la pintura de series que fueron frecuentes en la región. Estas series realizadas en diversas ciudades del mundo andino corresponden a la demanda de conventos a masculinos y femeninos y a los devotos que desean tener a su alcance un resumen en 12 o 15 cuadros de la vida de la Virgen, que incluyen además la vida de Cristo Niño. En el siglo XVIII surge también la moda del “brocateado”. Este tipo de dorado que llena las vestimentas de las diversas figuras sagradas con ornamentación de, rosetas, flores, etc. es realizada por especialistas doradores. que trabajan sobre las pinturas ya terminadas, engalanándolas, con este ornato que se vuelve casi cotidiano en el mencionado siglo. La serie que se presenta en la exposición es una de las mejor logradas en los talleres andinos, tanto por su ingenuidad y belleza como por la fina claridad del “brocateado”.

AUTOR 

JOSÉ DE MESA