Etimológicamente la palabra “medalla” proviene del italiano "medaglia" y el latín "metal-lum" que significan ''pedazo de metal batido o acuñado, comúnmente redondo, con alguna figura, símbolo o emblema".
También se puede agregar que "medalla es un trozo de metal, generalmente redondo, fundido o estampado con un cuño oficial o privado, que no tiene valor legal para las contrataciones o transacciones".
Lógicamente, las monedas dieron origen a las medallas.
Por ello, en las mas de las veces es imposible separar el estudio de las medallas del de las monedas.
"La distinción más evidente entre la medalla y la moneda, debiera motivar la el mayor mérito artístico de la primera, pero no siempre es así ni pueden despreciar-se las medallas acuñadas sin arte, porque muchas ocasiones encierran indicacio-nes históricas de inapreciable interés Las medallas ofrecen excelentes muestras de la civilización de naciones que las acuñaron, siendo los factores que concurren a elevar su valor, el dibujo de la composición, el modelado del relieve, el orden de ideas que presidio la redacción de la leyenda, y aun la pureza del metal y el procedimiento mecánico usado en la acuñación".
En la antigüedad, las medallas alcanzaron una creciente vigencia desde las decadracmas de Siracusa hasta los tiempos de Augusto, Dioclesiano y Constantino para llegar después en el siglo XV a los Papas de la iglesia católica.
El descubrimiento de América por Cristóbal Colon en 1492, dio lugar paula-tinamente a la acuñación de monedas al surgimiento de medallas, aunque fuera en forma tardía.
El siglo XVIII, podría decirse que dio nacimiento en el Nuevo Mundo a las medallas en sus distintas Casas de Moneda, pero generalmente estos pedazos de metal batido tan decorativos y apetecidos hallábanse ligados a los monarcas de la península, es decir cuando éstos ascendían al trono. Comúnmente se denominaban “medallas de proclamación” y jura que eran propiciadas por los Cabildos, las universidades, los azogueros, los representantes de la nobleza, los Virreyes, las familias acaudaladas o algunos gremios importantes.
El numismático argentino Arnaldo J. Cunietti - Ferrando en su obra "Monedas y medallas, cuatro siglos de historia y arte" señala:
El aspecto artístico era secundario; mas que nada se buscaba popularizar la imagen del nuevo monarca entre sus súbditos, y por ello muchas veces se encargaba el trabajo a plateros o artistas locales que se limitaban a reproducir una figura alegórica el busto del rey, el escudo de la ciudad, emblemas o símbolos de las instituciones o personajes que habían hecho el encargo. La medalla americana más antigua se fundió en México en 1701 para festejar la ascensión al trono del rey Felipe V, pero la costumbre llego a nuestro territorio solo con la proclamación de Fernando I en Buenos Aires. Fue entonces cuando un anónimo platero fundió la que es, cronológicamente, nuestra primera medalla. El rey aparece con armadura y una peluca rizada, diseño pobrísimo y de dudoso valor iconográfico, mientras el reverso muestra las armas de la ciudad. La leyenda que traducimos del latín expresa: "Fernando VI por la gracia de Dios, Rey de España y de las Indias - Lo Proclama la Nobilísima y Fidelísima Ciudad de Buenos Aires 1747".
Las medallas, eran llevadas en palanganas o "platos grandes" a las tribunas oficiales de las proclamaciones desde donde se distribuían a los asistentes.
En 1760, faltando mas de una década para que se concluya la nueva Casa de Moneda de Potosí, igualmente en varias ciudades del continente se acuñaron medallas en honor de la ascensión al trono del Rey Carlos III.
Durante los años de las sublevaciones indígenas en el Alto y Bajo Perú tuvo lugar la acuñación de monedas en la región de Potosí.
La relación histórica de Cunniete - Ferrando expresa:
"No todos los naturales se adhirieron; varios caciques de Yamparaez
y Porco se ofrecieron para colaborar con los españoles en la represión.
Por tal motivo, el presidente de la Audiencia de Charcas. Gerónimo
de Ruedas, en 1781 mando acuñar en Potosí, medallas de oro
y plata para premiar a estos caciques, como lo comunico al virrey
Vertiz en oficio del 15 de abril de ese año.
Señalando que fueron costeadas de su peculio. Aunque esta
actitud fue censurada en Buenos Aires, el rey la convalido en 1783, disponiendo
por su parte que se realizara una nueva emisión de medallas de oro
y plata en la ceca potosina, variando su tipo. La cantidad acuñada
de ambas debió de ser muy reducida atento a los ejemplares que han
llegado a nuestros días. La de Rueda, del tamaño de un real,
luce el busto real de las monedas rodeado de la leyenda: "Carlos III el
Piadoso Padre de la Patria". A ambos lados del busto: "Año – 1781”.
En el reverso, dos mujeres sobre ambos mundos simbolizan la Justicia y
la Paz, y sostienen un ramo de flores. La leyenda superior dice: "En Premio
de la Fidelidad" y la inferior en latín (abreviado) "Justitia et
Pax Osculate Sunt" que significa: "La Justicia y la Paz se besaron", tomada
del Salmo 84 del rey David. El único ejemplar conocido formo parte
del monetario del autor.
La mandada acuñar por el monarca tiene su busto a derecha con la leyenda: "Viva el Rey Carlos III" y en el reverso, entre adornos convencionales: "A la Lealtad. Potosí. 1781". Se conserve en el Museo Fernández Blanco la que perteneció a la colección Andrés Lamas, que se reproduce por primera vez".
En 1788, muere Carlos III, el monarca de las reformas borbónicas y le sucede su hijo y sucesor Carlos IV. Igualmente aparecieron varias medallas acuñadas en la Villa Imperial para las ciudades del norte argentino, Chuquisaca y Cochabamba.
Un grabador potosino, Nicolás Moncayo, llevo su arte en esta
especialidad a varios centros urbanos de Sud América.
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