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Ministerio de Cultura se ha asociado con determinación a la iniciativa
común del Gobierno de Bolivia y de la Unión Latina; desde
un comienzo, ha seguido de cerca su preparación y saluda hoy día
su espectacular realización en la capilla de La Sorbona. Quisiera
que no hubiese ningún equivoco sobre el sentido de mi compromiso
en una operación que no tiene nada de “pintoresco ni de “exótico”.
Me asiste la convicción profunda que debemos participar de manera
más activa que en el pasado en los intercambios artísticos
con América Latina. En una época marcada par la transformación
de las relaciones entre la distancia y el tiempo, sería paradójico
que los tesoros del patrimonio de Bolivia no fuesen tan familiares para
nosotros como las colecciones de nuestros grandes museos. Este descubrimiento
es, en efecto, el de una alteridad y el de un parentesco. Toda civilización
conlleva en las formas que la expresan, algunas huellas, más o menos
fuertes, pero siempre irreductibles, de la geografía y de la historia
que han presidido su nacimiento y su desarrollo; pero también de
esa condición común que hace que los hombres se encuentren,
se opongan, se reconozcan. Esto es cierto cuando se piensa en la América
de las civilizaciones precolombinas. Y es cierto, con la misma evidencia,
respecto al llamado arte colonial pues corresponde a los tres siglos de
presencia europea. Los territorios del imperio español que forman
la actual Bolivia fueron el campo violento y fecundo de una confrontación
al término de la cual la melodía de las músicas litúrgicas
trajo a los que las escuchaban, las cantaban, las componían, la
esperanza de un mundo en donde el indio, el español y el mestizo
estuviesen vestidos con la misma luz. El trabajo de los hombres bien podía
desangrar la montaña de Potosí de toda su plata que iba a
diluirse por las rutas del mundo. Pero al mismo tiempo se transfiguraba,
por la invención de una expresión artística que no
es ni una revancha ni una acusación, pero que integra lo que era
antes y lo que ha venido de afuera no en una síntesis artificial
y arbitraria, sino en una superación que se confunde con la vida
misma. Es esta vida, diferente y fraterna, que hace palpitar las formas
y los colores, con una vibración secreta que se revela a nuestra
contemplación silenciosa. Tuvieron que venir a posarse en París
los ángeles de Los Andes para invitarnos a meditar sobre una faceta
resplandeciente del patrimonio universal. Agradezco muy sinceramente al
Gobierno Boliviano, a la Unión Latina, a la Municipalidad de París,
que han federado sus medios y su imaginación para demostrarnos que
cordilleras y océanos no son ya un obstáculo a esa fraternidad
de conocimiento y de sensibilidad que Bolivia y Francia continuarán
cultivando más allá de este brillante episodio.
PHILIPPE
DOUSTE-BLAZY
Ministro
de Cultura
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