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Posteriormente
surgió en el Cuzco (Perú) 1400 D.C., la cultura Inca que
ocupó el territorio de Bolivia. ( 1480 D.C.). Los conquistadores
Españoles ingresaron al país en 1534 estableciendo el dominio
del Imperio Español, hasta 1825 en que Bolivia después de
una lucha de 16 años, se hizo independiente. Desde entonces, Bolivia
es un país independiente cuyas riquezas principales han sido Los
minerales especialmente el estaño, plata oro y el petróleo.
El arte en Bolivia tuvo gran desarrollo, durante la época virreinal
( 1533-1809). El producto de las artes pictóricas durante ese periodo
y sus diversas épocas, origina esta exposición.
Como
en los otros países andinos, las primeras obras de arte fueron traídas
por los conquistadores y provenían de Flandes fundamentalmente;
eran tablas de la escuela de Amberes que sirvieron pora la devoción
cristiana de los pobladores de La Paz, Chuquisaca, Potosí y otros
centros. Actualmente Bolivia es el mayor repositorio de tablas y cuadros
flamencos en Sud América con obras de Peter Aersten, Martín
de Vos, Willen Key y maestros de la escuela de Rubens. A este grupo, pertenece
un cobre del ambéres William Forchaud <Prendimiento de Cristo>
(c. 1620), expuesta en la muestra.
Factor
importante como elemento formativo de la pintura, es la presencia de los
maestros italianos Bernardo Bitti, Angelino Medoro y Mateo Pérez
de Alesio; el primero de los nombrados ha dejado extensa obra en las ciudades
de La Paz, Potosí y Chuquisaca. Discípulo y compañero
de él, fue Pedro de Vargas, jesuita como Bitti. De él se
presenta en la exposición, un hermoso tríptico sobre cobre,
que resume su arte preciosista imbuido del manierismo italiano con
modelo flamenco. La inspiración de la temática en toda la
pintura virreinal sudamericana, sale del grabado flamenco. Grandes cantidades
de estampas provenientes de Amberes llegaron a América y fueron
propuestas por los frailes y religiosos a los pintores, como modelos de
los cuadros; tal es el caso de “La Parábola del Pobre Lázaro
y del rico Epulón”, esta obra importante y curiosa del pintor de
La Paz, Leonardo Flores, tomó de modelo un grabado de Crispianus
van de Passe. Basta ver el grabado y el cuadro, para darse cuenta de la
originalidad del pintor, que si bien copia el modelo en sus rasgos generales,
pone mucho de personal en su ejecución. También dentro de
la órbita de Flores se halla una hermosa imagen de Santa Margarita.
Este lienzo es muestra de la doble influencia que a partir de 1640 en adelante,
tiene la pintura en Charcas: por un lado, recibe el influjo de la escuela
española, especialmente de la obra de Zurbarán, quien por
entonces brillaba en la escuela sevillana, como uno de los principales
maestros y por otra, la de los grabadores flamencos.
Elemento
aparte lo constituyen las series de ángeles que tienen especial
atención entre los estudiosos y el público a partir de 1980.
Por una serie de razones, tanto los investigadores como el público
empezaron a poner atención en la iconografía de los ángeles,
que si bien había sido considerada dentro de los estudios del Arte
Virreinal Andino, no había enfocado el problema desde el punto de
vista de lo estético; tampoco llamó la atención la
curiosa iconografía de estos seres celestiales. Una serie de estudios
en torno al tema, coincidió con el hallazgo y develación
de varias series hasta ese momento desconocidas de “ángeles”, “arcángeles”
y “arcabuceros”. en estas dos décadas aparecieron varias series
y muchos ejemplos específicos, tanto en iglesias del altiplano como
en colecciones privadas. Los ensayos y estudios del tema, han aclarado
una serie de nuevos conceptos e intencionalidad en los “ángeles”,
como grupo y como diversas individualidades. Varios libros, algunas exposiciones
nacionales y otras internacionales, han hecho populares a estos seres que
hasta entonces no habían llamado la atención y que hoy se
han puesto a la cabeza de la misma por ser dilectos de museos, colecciones,
libros, etc. Recientes estudios sobre la interrelación de las series
angélicas y de determinados ángeles como protectores y propulsores
espirituales del Imperio Español de los siglos XVI y XVII, explican
de alguna manera la abundancia de éstos ejemplos angélicos;
más curiosa aún es la presencia de las compañías
de ángeles militares o “arcabuceros”, no conocidas en la iconografía
europea y que aparecen en el siglo XVIII en la región andina. La
compañía de “Arcabuceros de Calamarca” pueblo situado a 60
km. de La Paz en Bolivia, formada por 10 ángeles con nombres curiosos
como “Osiel Dei” y “Laciel Dei” constituyeron la primera serie conocida
y hasta hay son el prototipo del género “Angeles Arcabuceros”; varios
de ellos constituyen parte destacada de las piezas que hoy se exhiben en
esta exposición. En el transcurso del tiempo han aparecido muchos
ángeles más, tanto del género “jerarquías celestes”
o sea los nueve coros angélicos de la tradición serafines,
querubines, poderes, virtudes, tronos, dominaciones, principados, arcángeles
y ángeles. Junto a la calidad como Jerarquías, cada ángel
ostenta además su nombre individual, como Jahiel, Teadquiel, Rasíel,
Miguel, Uriel, etc. Tanto lo extraño de los atuendos como sus atributos:
espada de fuego, rosas, espigas, azucenas, peseado, etc., se han constituido
en las obras más atractivas de la pintura virreinal en Bolivia.
Paralelamente
al desarrollo de las series angélicas se produce en la ciudad minera
de Potosí la aparición de una escuela pictórica
del Barroco, capitaneada por el maestro Melchor Pérez Holguín
(1660?-1732?) que empieza su tarea artística hacia 1680, creando
un estilo muy personal, basado en la temática de los “Santos
Ascetas” como San Pedro de Alcántara, San Francisco de Paula,
San Juan de Dios y otros, cuyo dibujo de gran precisión hace resaltar
los macilentos rostros que transparentan la red sanguínea
y en las manos los tendones, recreándose en lo enjuto de los
rasgos físicos Holguín ganó pronto nutrida clientela
e impuso su estilo que discípulos y seguidores usarán
durante los próximos 30 años inundando el mercado Potosíno
de copias e imitaciones.
Holguín
sigue su carrera triunfal durante la primera década del siglo XVIII
dedicándose a grandes composiciones entre las que destacan
la “Barca de la Iglesia” y “El Juicio Final”. El tercer periodo (
1710 - 1724), llena su paleta policroma de luz y calidad que se plasman
en las cinco series de los “Evangelistas”, algunas de ellas de cuerpo
completo y otras de figuras de busto. Su carrera llega a la plenitud,
en la década de los veinte con cuadros de gran virtuosismo y
extraordinario color. En Las décadas 1730-1780 aparecieron los discípulos
y seguidores de Holguín; así tenemos a Gaspar Miguel
de Berrío (1706?-1761?), discípulo de Holguín, quien
es el iniciador de la pintura mestiza Potosína, junta a una
estilización de lo Holguineseo.
Berrío
completa su obra con el “Brocateado” que consiste en resaltar con pintura
de oro las vestimentas de los personajes religiosos o santos que
pinto. Asimismo crea la jerarquía en los seres celestiales
mediante el tamaño de los mismos, acorde con el lugar que ocupan
en el Emireo. La pintura de Berrío alcanza gran popularidad
y se puede advertir en los templos donde trabajó como Puna
y Belén, en los alrededores de la ciudad del Cerro Rico. Joaquín
Caravallo y Francisco de Córdoba figuran también entre
los seguidores de Holguín en la segunda mitad del siglo XVIII.
Lugar preponderante y único en la iconografía boliviana ocupa
el cuadro “La Virgen del Cerro”. Producida en la segunda mitad del
siglo XVIII, encarna uno de los mitos más curiosos de la iconografía
pictórica boliviana. Se trata de la encarnación de la Virgen,
Madre de Dios, en el Cerro de Potosí. El siglo XVI había
vista la escisión de esta famosa montaña descubierta por
el indio Huallpa, que a través de los tres siglos de dominio
español produjo la más grande cantidad de plata que
se haya conseguido en el mundo. Inagotable productor del rico metal, dio
a España y al mundo fantásticas riquezas. En el cuadro
que analizamos se produce la unión del concepto indígena
“Coya” princesa o “plata fina” con atributo “Inmaculada o Pura”, atribuido
a la Virgen María, produciendo como resultado una simbiosis
rara y solo pintada dos veces en Potosí, la que se presenta
en esta exposición corresponde a la época del Rey español
Carlos III (1750-1788).
Iconográficamente
merece la pena citar el cuadro “San Martín de Tours, comparte su
capa con un pobre”. Perteneciente al final del siglo XVII, nos muestra
la presencia de este santo francés, quien hizo mucha devoción
en la Audiencia de Charcas, ya que son varios los cuadros de diversas
iglesias de Chuquisaca y Potosí que muestran el acto caritativo
del Santo de Tours. Complemento indispensable de la exposición es
la serie de la vida de la Virgen María, de escuela mestiza del siglo
XVIII, que constituye una de las muestras mejor realizadas de la pintura
de series que fueron frecuentes en la región. Estas series realizadas
en diversas ciudades del mundo andino corresponden a la demanda de conventos
a masculinos y femeninos y a los devotos que desean tener a su alcance
un resumen en 12 o 15 cuadros de la vida de la Virgen, que incluyen además
la vida de Cristo Niño. En el siglo XVIII surge también la
moda del “brocateado”. Este tipo de dorado que llena las vestimentas de
las diversas figuras sagradas con ornamentación de, rosetas, flores,
etc. es realizada por especialistas doradores. que trabajan sobre las pinturas
ya terminadas, engalanándolas, con este ornato que se vuelve casi
cotidiano en el mencionado siglo. La serie que se presenta en la exposición
es una de las mejor logradas en los talleres andinos, tanto por su ingenuidad
y belleza como por la fina claridad del “brocateado”.
AUTOR
JOSÉ
DE MESA |